Capítulo
5
Los Angeles, California. Dieciséis de
diciembre.
Las luces neón lastiman un poco sus
ojos. No lleva la cuenta de las copas que ha bebido y a decir verdad,
últimamente no sabe ni en qué día vive. Las risas de sus acompañantes retumban
en su cabeza y se pregunta cuándo fue la última vez que él se rio así o incluso
la última vez que su rostro mostro alguna emoción diferente a la soledad. Ahí,
en medio de un bar del cual no recuerda el nombre, Bill Kaulitz comienza a
llorar.
— ¿Quieres irte ya? —Matt aparece
después de haberlo abandonado por largo rato, aunque a Bill parece no
importarle mucho. Últimamente prefiere estar solo. Asiente con la cabeza y se
levanta del sofá que hasta ahora nota es de color rojo, toma sus cosas y sale
de ahí sin siquiera despedirse del resto.
Cuando están en el auto, Matt lleva en
el rostro una sonrisa que Bill había visto algunas veces antes, pero que
realmente nunca ha sabido interpretar. Bill frunce el ceño y lo ignora,
fingiendo que está ocupado colocándose el cinturón de seguridad.
Son alrededor de las tres de la mañana,
así que las calles están casi desiertas y les toma poco más de quince minutos
llegar a la casa de Bill. Y solo suya.
Él está listo para abrir la puerta del copiloto y bajarse del auto en cuanto
este se detenga frente a ella, pero Matt gira el volante y sube el coche hasta
la puerta del garaje.
— ¿Qué haces? —Matt apaga el motor y
mira a Bill, sin responder su pregunta. La sonrisa del bar vuelve a aparecer en
sus labios y Bill sigue sin entender qué demonios significa.
—Invítame a pasar. — suena más como una
orden que como una petición. Y Bill conoce a Matt lo suficiente como para saber
que, aunque le diga que no, Matt va a entrar a su casa y se quedara ahí hasta
que le dé la gana. Prefiere no negarse, así será más fácil sacarlo después.
Apenas han cruzado la puerta de la casa
y Matt ya está subiendo las escaleras, solo le grita a Bill que va al baño y se
pierde en la planta alta.
Todo sigue igual, realmente no se ha
atrevido a cambiar nada porque quiere que todo siga como antes, no quiere que
cuando Tom regrese encuentre una casa que no reconozca. Aunque hace mucho que
perdió la esperanza de que Tom vuelva. Bill de verdad esperaba con cada célula
de su cuerpo que todo esto fuera sólo una especie de capricho, un berrinche y
nada más, que tendría a Tom en casa otra vez en un par de días. Pero obviamente
no fue así. Ya han pasado poco más de tres meses desde que su hermano gemelo
volvió a Alemania y hasta ahora ni siquiera le contesta las llamadas.
El menor de los Kaulitz se detiene
frente a una pequeña mesa en la sala, donde yacen muchas fotos de él con su
hermano. Están ordenadas cronológicamente: la primera los muestra a ambos
recién nacidos sobre la cama de su madre; se ven idénticos, incluso llevan la
misma ropa y es imposible saber quién es quién. La última foto es de principios
de ese año, están en casa de Georg (que había tomado la foto) y Tom tiene una
sonrisa enorme mientras levantaba su dedo pulgar y con el otro brazo envuelve
los hombros de Bill, que también sonríe mucho y atrás se puede ver a Gustav
haciendo la señal de amor y paz con su mano derecha. Esa fue la última “noche
de juegos” que tuvieron los cuatro juntos. Bill sintió la nostalgia golpeándolo
como un millón de ladrillos. Cada una de esas fotos le hacían recordar cuan
feliz era con Tom, cuan indispensable era para él: era su apoyo, su guía, su
motivación, es su todo. Y se lamenta profundamente por haberlo olvidado,
por permitirse desplazar de su vida a la única persona que lo amaba más allá de
cualquier frontera, más incluso que a sí mismo…
—Eh… Bill, ¿puedes venir un momento? —
Matt lo llama desde el final de las escaleras, sacando a Bill de su ensoñación,
—hay… hay un algo en tu baño.
— ¿Un algo? — Bill sube las escaleras
arrastrando los pies. Está cansado, a pesar de que no se paró de aquel sillón
del bar en toda la noche y el alcohol está teniendo un efecto somnífero en él.
Matt no le da tiempo a Bill de
preguntar qué era ese algo que había en su baño. Con un brazo envuelve su
cintura y lo levanta un poco del piso, solo para arrastrarlo hasta la
habitación más cercana.
El cuerpo de Bill está tendido sobre el
colchón. El cuarto está oscuro y la poca iluminación de la ventana no sirve de
mucho. Matt está sobre su cuerpo, lo siente restregarse un poco contra él y sus
labios parecen hechos de pegamento, adheridos a su cuello como una sanguijuela.
La situación está lejos de ser placentera para Bill, pero piensa que puede
fingir un poco más y dejar que Matt lo utilice un rato. Pero eso sí, nada de
sexo. Hasta ahora Bill y Matt no han llegado a algo más que besos y algunos
roces bajo la ropa y Bill está seguro de que quiere que sigan así.
—Muévete un poco— el aliento alcohólico
de Matt llega a sus fosas nasales y Bill sabe que, de haber estado excitado,
eso le habría caído como un balde de agua fría. Eso lo motiva aún más para
ignorar la petición de Matt y quedarse ahí tendido, ansiando que termine.
Bill está tan ensimismado, que no
siente cuando el rubio desabrocha sus pantalones y los baja un poco, junto con
su ropa interior. De pronto, Bill siente un apretón en su flácido miembro y sus
ojos se abren de sobremanera ‘¿en qué momento…?’.
— ¡¿Qué crees que estás haciendo?! —
Bill retrocede en la cama, impulsándose con sus manos y sus tobillos. Matt está
sin camisa y sin pantalones ‘¿en qué momento…?’, su cabello está
demasiado alborotado y su cara más roja de lo normal.
— ¿Pues qué te imaginas? Vamos a tener
sexo, Bill— y el chico se abalanza sobre él, tomándolo por las caderas y
sometiéndolo bajo él. Ahora sabe que significa esa estúpida sonrisa.
Berlín, Alemania. Dieciséis de
diciembre.
—Es por esto que la cocina es tu
territorio, Gustav. —Georg toma el sartén humeante por el mango y lo lleva de
la estufa al lavabo, cargando con él el cadáver de tres huevos.
—Yo no sé por qué diablos decidiste
invadirlo, entonces— dice Gustav en falso tono enojado y agarra más huevos de
la canasta.
—Tom tenía hambre—Me encojo de hombros
y tomo asiento sobre la barra que separa la cocina de la sala.
—Tenemos que ir a comprar algunas sillas
altas, por favor.
Gustav obliga a Georg a mantenerse
fuera de su zona y mi mejor amigo decide que, si quiere evitar que el
departamento se incendie en los siguientes diez minutos, es mejor alejarse.
Ambos miramos a Gustav moverse con confianza por la cocina, agarrando alguna
cosa por aquí y otra por allá. Me entran ganas de decirle que es aún mejor en
la cocina que sentado detrás de una batería.
—También debemos comprar un árbol de
navidad —Georg señala el rincón vació en la sala, que se supone habíamos
reservado para el árbol de navidad. Obviamente no nos hemos molestado en ir a
comprarlo.
—Ya es muy tarde, hace días que debimos
ir por él—Gustav no se distrae de sus ocupaciones en la cocina mientras habla.
—Patrañas. Aún no pasa navidad, ¿o sí?
Además, estuviste engordando todo el año para encajar perfectamente en ese
traje de Santa Claus, no voy a permitir que tu esfuerzo haya sido en vano. —
A pesar de la mirada fulminante de
Gustav, nuestras carcajadas lo hacen ceder y a los dos segundos está riendo
mientras niega con la cabeza. Sé que piensa que no tenemos puto remedio, pero
aun así nos adora.
A Bill le cuesta reaccionar a lo que
acaba de suceder y pasa algunos segundos pasmado. ¿Qué había dicho Matt? ¿Qué
iban a qué? Oh no, claro que no. Bill, a pesar de cualquier cosa que se pueda
pensar, sigue siendo casto y no va a dejar de ser así justo ahora, menos con él.
Se retuerce un poco, pero el agarre de Matt es mucho más fuerte de lo que ha
sido alguna vez. No es la primera vez que Matt quiere llegar más allá, pero si
es la primera vez que se pone tan bruto. Y es que no lo sugirió, simplemente
dijo vamos y se lanzó a por él. Si cree que se va a llevar la primera
vez de Bill así como así, está completamente equivocado.
—Quítate de encima, suéltame— Bill no
es para nada un hombre débil, así que logra empujar a Matt unos centímetros.
Pero Matt está borracho, y además caliente, así que golpea la mejilla de Bill
tan fuerte que se puede escuchar. No duele al instante, y Bill está tan sorprendido
que por un momento piensa que esto es parte de una pesadilla. Pero es real. Tan
real como el escozor en su mejilla y el miedo que de pronto siente en la boca
de su estómago.
Pero todo eso no se compara con lo que
siente cuando sus ojos alcanzan a ver, colgada en la pared detrás del cuerpo de
Matt, una foto de su banda en la época dónde Tom aún tenía rastas rubias. En la
habitación de Bill no hay fotos en las paredes. Esa no es su habitación… es la
de Tom. Está acostado sobre la cama de Tom y está a punto de ser forzado a
tener relaciones sexuales en la cama de Tom. No, eso no puede pasar. Bill no lo
va a permitir.
La rodilla de Bill se levanta en un
ángulo un poco incómodo, y logra impactarse contra los testículos de Matt. Bill
no puede evitar sonreír y pensar ‘oh si, justo ahí’ mientras escucha a
Matt soltar un grito agudo y llevarse las manos a su parte dañada. Bill se lo
quita de encima y se levanta de la cama tan rápido como puede, a Matt no le dio
tiempo de quitarle alguna de sus prendas, así que simplemente se acomoda la
ropa.
—Levántate, cabrón— Bill cierra su puño
en un mechón de cabello de Matt y lo levanta de la cama con toda su fuerza. La
cara del otro chico es épica, tiene los ojos tan apretados y la nariz encogida
en una mueca de dolor. —Camina— Bill intenta que Matt camine por delante de él,
pero el chico encorva su cuerpo, resistiéndose, y de su boca sale un quejido.
—No puedo Bill, me duele— dice Matt
buscando un poco de compasión, que no obtiene.
—Me importa una mierda, camina— Bill
patea su trasero, haciéndolo pararse derecho de nuevo y repite el golpe a cada
paso, avanzando con el chico y sin soltar ni un segundo su cabellera.
Están casi en la puerta de la casa
cuando Matt logra zafarse del agarre de Bill, pero no intenta someterlo esta
vez. Ambos están parados frente a frente, Matt está solamente en ropa interior
y eso a Bill le parece algo patético.
—Déjame volver por mi ropa. — Pareciera que la borrachera se ha
esfumado del cuerpo de Matt.
—No. — Bill se cruza de brazos.
—Bill…— Matt se pasa la mano por el
cabello. —Perdóname, ¿sí? No sé qué me ha pasado. Yo… Yo jamás te haría daño. Y
no quiero que terminemos mal.
—Estabas a punto de violarme. En mi
propia casa. ¡En la habitación de Tom! —Bill no está seguro de sí es apropiado
gritarle a Matt. Quizá pueda ponerse violento de nuevo.
—Te repito que sería incapaz de hacerte
daño, mucho menos algo así. —Matt empieza a caminar hacia Bill, pero él
retrocede los pasos que el otro chico avanza.
—Lárgate. Hemos terminado, olvídate de
mí. Lárgate.
— ¡Por Dios, Bill! No seas infantil,
¿quieres? La gente adulta tiene sexo todo el tiempo, y hasta donde sé, tú ya
eres mayorsito como para tenerlo. Y si el problema es que estuviéramos a punto
de hacerlo en la habitación de tu hermanito, podemos hacerlo en cualquier otra.
Incluso en la cocina, si quieres.
— ¡El problema es que yo no quería! Ni
quiero, ni querré jamás tener sexo contigo. ¡Lárgate! —Bill se apresuró hacia
el chico, empujándolo un poco.
—Oh vamos Bill, puedes fingir que soy
él. —hubo un momento, unos segundos apenas, en los que los ojos de ambos se encontraron.
Y esos segundos bastaron para que la ira de Bill aumentara exponencialmente. No
sabía si esto era obra del alcohol o era simplemente que a Matt le faltaba la
mitad del cerebro. No podía estar diciendo semejantes… cosas, —no te
sorprendas. No soy ningún estúpido y sé perfectamente que Tom se fue porque,
como yo y otro cuantos, quería follarte bien y bonito y tú no te dejaste.
¿Qué no era ningún estúpido? Era el más
grande imbécil que Bill hubiera conocido jamás. ¿De verdad había preferido
pasar tiempo con aquel y había mandado de regreso a Alemania a Tom? Bueno, eso
lo convertía a él en un gran imbécil también. Pero Matt estaba equivocado. No
podía comparar todo el amor que Tom sentía por él con la calentura de Matt por
llevárselo a la cama. No podía siquiera compararse con Tom, no le llegaba ni a
los dedos del pie.
—Deja de hablar de Tom. Eres una
maldita basura, y no quiero que tu asquerosa boca vuelva a decir el nombre de
mi hermano, ¡nunca! —Bill tomó a Matt por el antebrazo y lo jaló hacia la
puerta.
—Me alegro tanto de que te
haya abandonado, eres insoportable. —fueron las últimas palabras de Matt antes
de ver cerrarse la puerta en sus narices.
Bill fue escaleras arriba y, en un acto
de bondad, lanzo por una de las ventanas la ropa de Matt y las llaves de su
auto, que cayeron justo en su cara.
Las mantas y las sábanas de Tom
conservaban aún un poquito de su olor. Después de la pelea, Bill se duchó y se
puso una playera que Tom había olvidado antes de irse a Alemania. Luego, con
mucho cuidado, se metió en su cama. Lo hacía siempre que extrañaba tanto a Tom
que dolía, como si su olor lo trajera de vuelta a su lado. Pero ese día era
peor. No fue hasta ese momento que el peso de todas esas veces que se había
negado a Tom exploto en su corazón y le lleno los ojos de lágrimas. ¿En qué
estaba pensando? Lo amaba tan intensamente y era correspondido. ¿Cuánta gente
no pasa toda su vida buscando eso? Y él había tenido la suerte de nacer con esa
persona, de tenerlo a su lado desde su primer segundo de vida, ya no tenía que
buscar más. Cuán arrepentido estaba…
Gustav estaba fuera. Era el turno de
Georg para tomar el control del play e intentar vencerme, lo cual iba a ser
imposible puesto que llevaba invicto 8 juegos.
—Oh por favor, esto será tan fácil. —troné
los huesos de mis dedos y tome el control entre mis manos, sintiendo la
victoria anticipada fluir por mis venas.
—Quisieras, Kaulitz. Prepárate porque
Georg Listing está apunto de patearte el trasero.
El móvil de Gustav sonó a mitad de la
carrera, Georg y yo lo hicimos callar a la primera tonada y él solo rodo los
ojos. A pesar de nuestras suplicas por silencio, Gustav tardó tres timbres en
contestar, miraba un poco extrañado la pantalla del aparato.
— ¿Quién es? — le pregunté, alternando
mi vista entre la pantalla y mi amigo.
— ¿Bill? — la sola mención de su nombre
hizo que un escalofrío recorriera cada parte de mi cuerpo. Georg me pasó en una
curva y celebró, completamente ajeno a lo que estaba pasando del otro lado del
sillón donde Gustav estaba sentado.
—Gustav, ¿está Tom ahí?
—Sí, está aquí… —Gustav me mira y yo
niego con la cabeza.
—Pásamelo, por favor Gustav, solo
necesito escuchar su voz. — Mi amigo se levanta y se acerca a mí. Yo no me
muevo, sigo presionando los botones del control en mis manos. El celular de
Gustav está a cinco centímetros de mi cara.
—Quiere hablar contigo.
—Pues yo no. Dile que cuando quiera
hablar con él, seré yo quien lo busque.
Georg cruza la meta antes que yo.
—Bill…
—Está bien, Gustav… con eso me
basta.
Del otro lado de la línea, puedo
escuchar los sollozos de Bill.
@georchlisting
Larissa C.B.
Larissa C.B.
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