En particular el capítulo 6 no sufrió un gran cambio, pero si algunos detalles como el tiempo que los Kaulitz pasaron separados o una parte de su reencuentro.
Capítulo 6
—Tienes que hacerlo, Tom. Si te
importa aunque sea un poco el futuro de esta banda—. Nunca había visto a Gustav
así. Los tres estábamos sentados en una especie de círculo en la sala de
nuestro departamento, mirándonos los unos a los otros como intentado leer lo
que había en nuestras mentes. Sin embargo, esa habilidad solo me había llegado
a funcionar con Bill y últimamente estaba bastante oxidada.
Mi hermano, el origen de todos mis problemas, de esta discusión. Gustav estaba entre molesto y desesperado, rozaba sus manos con el sillón una y otra vez y yo creía que de un momento a otro podría incendiarse.
—Aún no estoy listo — repetí por quinta vez esa tarde. Gustav negó con la cabeza y se pasó ambas manos por el cabello. Sé que pensaba que yo era un idiota, un terco y un egoísta, pero simplemente me negaba a ver de nuevo Bill. Era demasiado pronto.
— ¿Qué dices? Pero si ya han
pasado ocho meses desde que regresaste a Alemania, — dijo Gustav —no has
contestado una sola de sus llamadas y ni siquiera has preguntado por él. No
pueden estar enojados por siempre y Bill se ve más que dispuesto a arreglar
esta situación.
Si yo tenía a Georg de mi parte
en esto, Bill evidentemente tenía a Gustav. Era un estira y afloja constante
entre ambos bandos, ellos esperando a que yo cediera tarde o temprano y
nosotros negándonos a hacerlo todas las veces. Yo estaba consciente de que
Gustav mantenía a Bill al tanto de todo lo que pasaba con mi vida y a veces
quería que yo también me enterara de que tal lo estaba pasando él, pero yo no
lo escuchaba nunca.
En navidad, en un momento de
traición por parte de Georg, él y Gustav me tendieron una trampa para que me
encontrara con Bill en la casa de mi madre. Afortunadamente, un pequeño
tropiezo en su plan me hizo darme cuenta de lo que estaban tramando y evitar
que el reencuentro pasara: escuche a Georg decirle a Gustav que me llevaría con
engaños al lugar. Cabe mencionar que fui más astuto y la mañana del 24 de
diciembre me desaparecí por completo; me fui sin que ninguno de los dos lo
notara, no contesté mi teléfono y me aparecí un par de días después,
asegurándome que Bill ya hubiera regresado a Los Ángeles. Quizá fue un acto de
cobardía, quizá fue lo mejor para los dos. No lo sé.
—La ausencia de la banda estos años ha mermado nuestra popularidad— la voz de Georg era insegura, Gustav y yo lo estábamos poniendo entre la espada y la pared haciendo que decidiera de qué lado debía estar.
—Hay muchas bandas nuevas que nos han desplazado y se han llevado nuestras fans— secundó Gustav. Yo no entendía desde cuando les importaba la popularidad de la banda, pues ellos siempre nos lanzaban a Bill y a mí a los reflectores y preferían ser los que recibían menos atención.
—Hay fans que nunca se irán— dije con simpleza, encogiéndome de hombros.
—No podemos permitirnos más tiempo de receso, la producción también lo ha dicho— los ojos de Georg estaban llenos de comprensión. Una de sus manos apretó con cuidado mi hombro.
—No piensen que no lo extraño… porque lo hago. Lo extraño tanto que duele y es precisamente por eso que no estoy listo para verlo de nuevo. Tengo miedo de retroceder, de tirar todo lo que me he esforzado por lograr a la basura. Quiero estar seguro de que cuando lo vea de nuevo, no voy a ceder. —Mi espalda se encuentra casi fundida en el sofá, mi mirada clavada en el piso y gotitas de sudor resbalan por mi nuca. No soy tan fuerte como imagine, supongo. Todos estos meses lejos de Bill han sido los más difíciles de mi vida, más de una vez he querido rendirme y llamarle o de una vez tomar un avión de regreso a Los Angeles pero, ¿para qué? ¿Para volver a torturarme estando cerca de él pero a la vez tan lejos? No, no estoy dispuesto a estar con Bill solo como hermanos, fin de la historia.
—Tomate un tiempo para pensarlo, ¿ok? — Gustav se levantó del sillón y abandono la sala, dejándome solo con Georg.
—Las fans nos están presionando día y noche, y los productores preguntan qué está pasando todo el tiempo. Debemos tomar una decisión, es evidente que tanto Gustav como yo queremos que Tokio hotel siga pero es imposible sin ti o sin Bill. Sólo piénsalo, Tom. Sabes que yo apoyare la decisión que tomes pero también espero que sea la mejor opción.
Más tarde ese día estoy tumbado en mi cama, mirando al techo como si tuviera algo interesante. Puedo afirmar que el cerebro llega a doler si te pones a pensar demasiado porque es justo lo que me está pasando ahora.
Por un lado, las razones por las que vale la pena hacer de tripas corazón y aceptar reencontrarme con Bill; hacer feliz a Georg y Gustav, hacer feliz a las fans y la continuidad de Tokio hotel, probablemente la mejor cosa que he hecho en mi vida y la única que logra apasionarme.
Y por el otro, las razones por las que no debería reencontrarme con Bill; porque lo amo y es algo enfermo que él está dispuesto a corresponder. Y no hay más.
Aunque Gustav menciono algo que me ha frenado un poco y me ha hecho dudar sobre mi rotundo no: Bill se ve más que dispuesto a arreglar la situación. ¿A qué se refería exactamente? Porque Bill sabe mejor que nadie que solución para este problema sólo hay una y es inimaginable para mí que sea eso lo que Bill está dispuesto a hacer. Pero, ¿y si Bill lo está? ¿Debería descartar que Bill quiera corresponderme sólo por mis ganas? Está de sobra decir que estoy más confundido que nunca.
Gustav y Georg cumplen su palabra. El tema del reencuentro con Bill no vuelve a ser tocado en dos semanas, pero eso no quiere decir que no haya estado rondando mi cabeza las veinticuatro horas del día.
Después de tantos meses sin Bill,
ya estoy acostumbrado a su ausencia casi tanto como lo estaba a su presencia.
Pero no mentí cuando dije que lo extrañaba. No podía ser de otra forma, porque
una cosa era alejarme de él y otra muy distinta olvidar, arrancarme estos
sentimientos. Mi amor por él sigue intacto y el hecho de que lo ignore la mayor
parte del tiempo no quiere decir que haya disminuido. Sin embargo ahora que no
he tenido a Bill mí alrededor, lo que más me da miedo de reencontrarme con él
es que haya olvidado como controlar mis emociones como lo hacía antes.
Realmente no puedo con la
indecisión. Aunque quisiera tener claros mis pensamientos no puedo; un instante
estoy seguro de que es imposible que vuelva a ver a Bill tan pronto y al otro me
encuentro pensando en que pasaría si nos volviéramos a ver, en si las cosas
cambiarían. Y las palabras de Gustav no ayudaron mucho. La curiosidad por saber
a qué se refería exactamente cuando dijo que Bill quería arreglar la situación
me está carcomiendo.
Georg se detiene, flexiona las
rodillas y apoya su mano en una de ellas mientras con la otra me hace señas
para que me detenga también. Es el típico corredor de gimnasio que corre medio
maratón en una caminadora pero no más de tres kilómetros al aire libre, así que
no puede seguirme el paso después de cierto rato.
Le digo que deberíamos continuar
caminando y me resulta la excusa perfecta para tener la plática con Georg. Creo que lo mejor que puedo hacer es hablarlo
primero con él antes de tomar una decisión definitiva y decirle algo a Gustav.
Y más importante aún, decirle algo a Bill.
—Georg, ya lo he pensado. —mi
amigo sigue tomando aire con un poco de dificultad y al inicio parece no
entender a qué me refiero.
—¿Te refieres a Bill? — yo asiento. Escuchar su nombre me sigue provocando ligeros calos fríos.
—Si. Yo… necesito tu opinión.
—Kaulitz, no te ofendas pero no
creo que mi opinión deba influir en ti. Es una decisión que sólo tú debes
tomar. —miro hacia abajo y pateó un poco la arcilla bajo mis pies. Georg nota
que estoy algo decepcionado así que se apresura a añadir; —es decir, puedo
escucharte, pero no voy a decir si creo que esté bien o mal. No existe una
forma de que yo sepa lo que estás sintiendo en verdad y no quiero decir algo
que te confunda o que te haga hacer algo de lo que no estés seguro solo porque
pienses que es lo “correcto”.
Aunque quisiera decir algo más,
lo único que atinó a hacer es asentir. Lo que dice Georg tiene mucho de
sentido: es una decisión que me corresponde solo a mí. Puede que él y Gustav
piensen que lo mejor para la banda sea que Bill y yo nos arreglemos, pero también
puede que sea demasiado pronto y que al final las cosas no terminen de la mejor
manera.
Georg se queda en silencio un
rato antes de decir: —Yo fui el primero en apoyar tu decisión de dejar Los
Angeles. Pero eso fue porque creí que te ayudaría a olvidar a Bill. Ahora,
después de todo este tiempo, me doy cuenta de que es pedir demasiado, Kaulitz.
Creo que haría falta una eternidad para que te sacaras lo que sientes por él,
si es que alguna vez lo lograras. Y es increíble, Tom, porque entonces es el
tipo de amor más sincero que he visto en mi puta vida.
No es que el hecho de saber que
nunca voy a poder querer a Bill como solo un hermano me haga sentir mejor de
alguna forma. Ahora hasta Georg sabe que solo hay una solución al problema y si
esa única salida está lejos de ser real, ¿qué me queda? ¿Vivir enamorado de
alguien que no me corresponderá jamás lo que me resta de vida?
—Pero, —Georg comienza a hablar
de nuevo cuando se da cuenta de que yo no pienso decir nada —todos podemos
cambiar de opinión. Incluso Bill.
El nombre de Bill brilla en la
pantalla del móvil, junto con el número telefónico en la parte de abajo. Me lo
sé de memoria. Mis pulgares bailan alrededor de él, sin decidirse a presionar
el contacto y llamar de una maldita vez. Utilizó el teléfono de Gustav porque
no quiero darle tiempo a Bill de que se arrepienta de contestarme si ve que el
que llama soy yo, aunque algo dentro de mí me dice que pasaría todo lo
contrario.
Estoy solo en la habitación, el
corazón me late tan rápido que incluso puedo sentir los latidos retumbar en mis
oídos. No recuerdo la última vez que estuve tan nervioso. Me decido a marcar de
una buena vez, a final de cuentas, tendré que hacerlo en algún momento.
Espero tres timbres. Nada. Espero
hasta que entra al buzón de voz y cuelgo antes de que deba dejar un mensaje.
Luego, con un poco menos de nervios y más seguridad, marco de nuevo. Esta vez
Bill contesta el teléfono.
—Lo siento Gustav, estaba tomando
una ducha. ¿Qué tal? —escuchar su voz tan cerca, aun cuando es a través de un
auricular, me descoloca por completo. El estremecimiento empieza en mi tímpano
y se esparce hasta la punta de mis pies. No puedo creerlo, si esto me pasa con
solo oír su voz, ¿qué pasará cuando lo tenga en frente de nuevo?
—¿Gustav?
—Es Tom. Bill, soy Tom. —Por el
momento no se me ocurre una mejor cosa que decir. Y por más que quisiera saber
cómo debería continuar mi primera conversación con Bill después de casi nueve
meses, no tengo la más mínima idea de qué más decirle. Así que espero una
respuesta.
—¿Tom? —Bill exhala tan fuerte,
como si hubiera contenido la respiración por un largo tiempo, —lo siento.
Siento tanto todo lo que hice y todas las cosas… las malas decisiones que tome.
Lamento… Tomi, lamento tanto que no estés aquí conmigo.
—Necesito verte. —Justo cuando
acabo de decirlo me doy cuenta de lo necesitado que se escuchó, así que me
apresuro a intentar arreglarlo; —la banda necesita que solucionemos esto.
—Ya veo.
—No es justo para Georg y Gustav
que la banda se vaya al carajo solo porque yo… bueno, creo que deberíamos
arreglar esto en persona.
—¿Quieres que viaje a Alemania?
—Si.
—¿De verdad quieres verme?
—Si, de verdad quiero verte —le
respondo con la verdad.
Y él solo contesta antes de
colgar: —No puedo esperar. Tengo tanto que decirte.
Una semana después, Georg y yo
estamos cómodamente sentados fuera de la oficina de los productores en
Universal. Las cosas no habían sido del todo geniales desde que David Jost
había dejado su cargo y nosotros habíamos cambiado de productor como un recién
nacido cambia de pañal. El retraso en la salida del álbum también se debía en
parte a eso, pero teníamos canciones de sobra.
Mi rodilla iba de arriba a abajo,
empujada por mi enérgico y nervioso pie. Esa era la clara evidencia de que
estaba más que nervioso. Gustav nos dijo que Bill ya había llegado a Alemania
hacía un par de horas y desde entonces no podía controlar los frenéticos
latidos de mi corazón, que amenazaban con sacarlo de mi pecho en cualquier
momento.
—Vaya, si abro la boca en este
momento podría masticar tu nerviosismo. Relájate Kaulitz, es sólo tu maldito
hermano.
—Mi maldito hermano que no he
visto en casi un año. Y del cual sigo… ehm, tú sabes.
Mi garganta está cerrada, todos
mis sistemas están fallando e incluso puedo sentir que me falta el aire. Me
pregunto si Bill está igual o si soy yo el que está exagerando. Y de pronto,
como si lo hubiera invocado, por el inicio del pasillo viene Gustav caminando
apresuradamente y detrás de él viene Bill, con su nuevo corte de cabello y cada
centímetro de su cuerpo impecable como siempre. Ha pasado tanto tiempo que hasta
siento que está más alto, un pie se mueve tras otro con la seguridad que
siempre lo ha caracterizado, haciendo que todos en el lugar se den cuenta de su
presencia y volteen a verlo. Todos, incluso Georg y yo.
No sé qué decir y Georg menos.
Nos levantamos del asiento y quedamos frente a frente con los otros dos. Yo en
frente de Bill, mirándolo a los ojos por primera vez en nueve meses y siento
como si volviera a nacer. Los dos sabemos leernos completamente, somos un libro
abierto para el otro y podemos saber que pensamos en el instante en que nos
miramos y es un alivio darme cuenta que esa conexión ha vuelto casi por
completo.
Estamos tan absortos el uno en el
otro que ni notamos cuando Georg y Gustav abandonan la pequeña sala para
dejarnos solos. De cerca puedo ver las profundas ojeras que surcan la parte
inferior de los ojos de Bill y también como sus labios están resecos a pesar
del bálsamo labial. No puedo evitar la oleada de preocupación que me invade y
empiezo a preguntarme si ha estado comiendo bien, si ha dormido, si el idiota
con el que salía cuando me fui de Los Angeles lo ha inducido a las drogas o si
todo esto lo he provocado yo.
Si alguien pasara por nuestro
lado en este momento pensaría que nos hemos quedado petrificados o que no somos
más que un par de figuras de cera. No sé cuánto tiempo hemos permanecido así y
me está costando bastante reprimir mis ganas de rodearle el cuerpo con mis
brazos y no soltarlo nunca más. Pero no es necesario que haga nada, porque de
un segundo a otro Bill se lanza a mi cuerpo, enredando sus delgados brazos en
mi cuello y apoyando su cabeza cerca de mi oreja y quizá lo hace a propósito,
para que pueda escuchar los pequeños sollozos que escapan de sus labios
haciéndome cosquillas.
Al final, muy a pesar de que mi
cerebro grite que no ceda, correspondo su abrazo.
Larissa C.B.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario