Capítulo 2.
—Hace unos meses fui a un festival en Bélgica. Es uno de los más importantes de música electrónica. Bill, permíteme decirte que te has perdido de mucho si no has ido por lo menos a uno. En Estados Unidos hay muchísimos, ojala tengas la oportunidad de ir algún día… —si este rubio no se calla de una vez, le cortaré yo mismo la lengua para que lo haga. Lleva toda la cena hablando de los viajes que ha hecho y toda la gente que ha conocido como si nosotros nunca hubiéramos salido de nuestra casa. Sentía tanta curiosidad por conocer al dichoso Matt que acepte venir a cenar con Bill y sus amigos. Error.
Matt cumple con el estereotipo
estadounidense; rubio de ojos claros y un bronceado rojo le cubre la piel
porque es demasiado blanco como para broncearse de otra forma. No mide más que
Bill, pero su musculoso cuerpo lo hace ver más tosco y alto. Lleva una camisa
de mezclilla y pantalones cortos azul marino. Aparenta más de edad de la que
tiene y se ve mayor que Bill.
—Ustedes deberían intentar un sonido
como ese, ¿ves? —Cállate, cállate ya —Lo electro está muy de moda y le gusta a
todo el mundo, no solo a las adolescentes hormonales.
Beth, una de las amigas de Bill, hace
como que escucha la aburridísima conversación –monologo- mientras agita el
popote de su bebida mientras Ria está con la mirada pegada al móvil y yo siento
que me ahogo. Últimamente no estoy cómodo en ningún lugar, menos en uno donde
estoy rodeado de gente con la que no soy compatible para nada.
Estos días he extrañado demasiado los
tiempos de Tokio hotel. Específicamente los momentos cuando un concierto
terminaba y nos reuníamos los cuatro para cenar o jugar videojuegos. Con Georg
y Gustav todo era sencillo; podía decir lo que quisiera y hacer lo que
quisiera. Podía ser yo mismo y ellos podían ser ellos mismos y todos estábamos
bien con eso. Y era precisamente por eso que la banda funcionaba. ¿Por qué
tenía todo que cambiar así?
A veces me arrepiento de haber seguido
a Bill hasta aquí, de haberme dejado convencer. Él quería mudarse porque
buscaba nuevas experiencias y quería descansar de los reflectores. Pero yo,
¿por qué quería abandonar todo lo que tenía en Alemania? Simple, porque estaba
cegado. Cegado por Bill. Cegado por la idea de que no había vida sin él, de que
él era mi todo.
Cuando por fin estamos en el auto de
regreso a casa, Bill lleva una pequeña sonrisa que intenta disimular en vano. De
nuevo me inundan los celos al saber que su sonrisa no se debe a mí. Sin embargo
no me atrevo a reclamarle nada.
—Tom, — él gira su cabeza para mirarme
pero yo evito sus ojos manteniendo los míos fijos en las calles por las que
conduzco —creo que para el siguiente álbum, deberíamos cambiar un poco nuestro
sonido, ¿no crees?
No puedo evitar fruncir el ceño, no
comprendo exactamente a qué se refiere pero no me gusta nada hacia donde se
dirige esta conversación.
— ¿De qué hablas? —por unos segundos
nuestras miradas se cruzan.
—Bueno, creo que deberíamos empezar a
llegar a otro tipo de audiencia, ¿sabes? No solo a chicas adolescentes. Tal vez
si intentamos algo más electrónico…
—Espera, espera, detente ahí— no quiero
escuchar nada de esa mierda. Es como si estuviera escuchando a Matt otra vez
pero con la voz de mi hermano.
—Es una buena idea Tom. ¿No lo ves? Nos
escucharían muchas personas más, arriesgarnos un poco no estaría mal—. Esto es
tan típico de Bill. Resaltar cada detalle positivo de algo de lo que ya está
convencido solo para buscar mi apoyo. Él sabe que lo tiene incondicionalmente y
generalmente tiene ideas asombrosas. Pero esta vez la idea es espantosa y es
precisamente porque no es suya.
—Ya nos arriesgamos una vez, con
Humanoid. Y no nos fue tan bien— la sonrisa de Bill se desvanece por completo y
su mirada meticulosa se clava en mí. Aun así no voy a ceder. —Además, ¿qué se
supone que haríamos Georg, Gustav y yo si de pronto nos convertimos en una
especie de Djs? ¿Qué clase de banda seríamos si no tocamos instrumentos?
—Tom, por Dios, escúchate. Estás hablando
como un verdadero egoísta.
—¿Yo soy le egoísta? Bueno, como tú
cantarías en cada canción no tienes por qué preocuparte de que tu hermano te
deje sin trabajo — Bill se queda en silencio por un momento, su rostro refleja
que está pensando qué responderme para dejarme callado.
—Es porque la idea vino de Matt,
¿cierto? —no le respondo. Tengo ambas manos en el volante y miro hacia en
frente como si mi vida dependiera de ello. —No vamos a convertirnos en DJs,
Tom. Vamos a innovar un poco nuestra música, ¿ok?
Supongo que no hay nada que yo o cualquiera
diga que pueda hacer a Bill cambiar de opinión.
Al día siguiente Bill sale temprano por
la mañana y cuando me levanto me encuentro solo en la casa. Agarro las correas
de dos de los perros y los llevó a dar un paseo.
El parque está prácticamente vacío, es
lunes y seguro todo el mundo está trabajando o en la escuela. Hay veces en las
que quisiera tener una vida normal, ir a la universidad, tener amigos y salir
de fiesta con ellos. Tener que preocuparme por los proyectos y los
exámenes, quejarme por no tener dinero para despilfarrar ni vida social.
Bueno, de esa tampoco tengo ahora. Todas las personas que me rodean en este
momento son más amigos de Bill que míos –y yo no pretendo que lo sean-.
Pero estoy aquí. Tomando un descanso
después de pasar toda mi adolescencia viajando por el mundo, sonriéndoles a
chicas que no conozco, pretendiendo ser un chico que va de cama en cama cuando
en realidad no me he acostado con nadie en años.
Después de la confesión, intenté
descargar mi frustración teniendo sexo con algunas fans después de los
conciertos o con chicas que conocía en fiestas. Pero nada funcionó, ni en ese
entonces y seguramente no funcionaría ahora.
Bill era como una enfermedad incurable.
Estaba ahí aunque yo no lo quisiera. Aparecía en mis pensamientos casi
inconscientemente porque todo lo que me rodea me recuerda a él. Yo mismo me
recuerdo a él. Mis ojos, mi nariz, mi boca, todo.
En ocasiones me pregunto si haber
nacido con él fue una bendición o una maldición.
Regreso a casa después de haber desayunado
en un café cerca del parque. Bill está sentado en el sofá con las piernas
flexionadas y el móvil entre sus manos. Parece que no me ha visto llegar, así
que decido ir a la cocina y fingir que no lo he visto.
—Hola Tom, ¿dónde estuviste toda la
mañana? —su cuerpo está recargado en el marco de la puerta. Se ha cortado el
cabello de nuevo y ahora es de un rubio casi blanco. Se ve maravilloso. Pienso
en decírselo, pero tengo miedo de que lo tome a mal así que prefiero evitar
otra pelea.
—Fui al parque con los perros— nos
miramos, casi retándonos con la mirada. — ¿y tú?
—Con mi estilista—apunta su cabeza con
el dedo índice, está esperando que le responda…
—Se te ve… bien— abro la nevera y saco
lo primero que veo. Creo que es un cartón de jugo. La verdad no tengo hambre o
sed, pero quiero evitar de cualquier forma mirar a Bill.
— ¿Sólo bien? —de pronto Bill me
recuerda a Ria, cuando se compra ropa nueva o se cambia el cabello. En ella no
lo noto, y generalmente le miento sobre que se ve bien. Pero con Bill es
diferente porque puedo darme cuenta hasta del más mínimo cambio. Y él podría
usar un pulpo en la cabeza y verse fenomenal de igual modo. Sin embargo esta
vez siento que Bill está poniendo su dedo en mi herida abierta, que está
provocándome porque sabe.
—Ajá—intentó no caer en su juego.
Entró en mi habitación y la cierro con
llave. Estoy a punto de encender mi portátil y llamar a Georg, pero tal vez
ahora se encuentre dormido o no esté disponible. Tampoco quiero hostigarlo.
Por un momento me quedo parado entre mi
cama y la puerta, sin saber qué hacer. Esta necesidad de Bill aumenta cada día,
cada minuto, estoy en un punto en el que ya no puedo ni soportar su presencia o
mirarlo por más de dos segundos sin querer arrinconarlo en una pared y besarlo
hasta quedarnos sin labios.
Nunca dudé de lo que siento por él.
Simplemente no lo comprendía. Me costó muchas noches de insomnio y
algunos años hacerlo. Al principio creía que mi atracción por él se debía a que
era mi único soporte durante nuestro acelerado ascenso a la fama y que lo que
sentía no era más que un amor de hermanos gemelos demasiado profundo. Luego me
encontré pensando en cómo sería besarlo o tocarlo más allá de una forma
fraternal. Ni siquiera me sorprendí cuando, encerrado en el baño del tourbus,
me masturbe pensando en él por primera vez.
Aunque el sentimiento se había
intensificado al grado de tenerme al borde de la locura, yo quería conservar la
poca dignidad que me quedaba y no permitirme rogarle de rodillas que me diera
una oportunidad. Se lo había pedido tantas veces que no veía la forma en que
una más lo hiciera cambiar de opinión. Solo quisiera poder controlar mis celos,
mi evidente necesidad de besarlo…
— ¿Crees que sería una buena idea? —
Georg tenía su portátil en la mesa de su cocina, así que yo podía verlo
mientras comía cereal con leche.
—Bueno, tal vez sea difícil al
principio, pero sería lo mejor para mi salud mental ¿no crees? — mi amigo lo
piensa un momento y después asiente lentamente.
—Hasta que te das cuenta.
— ¿De qué, exactamente? —sé que hay
muchas cosas que no soy capaz de ver por culpa de los sentimientos que me
nublan la razón.
—Pues de que estar cerca de Bill solo
es torturarte a ti mismo. De que tú y él son dos personas que pueden ser
independientes la una de la otra, como la mayoría de los gemelos que no están
enamorados— tal vez Georg es demasiado sabio -o tal vez yo soy muy imbécil-
pero tiene la boca llena de razón. Y de cereal.
—No hables con la boca llena —se lo
digo en un tono bromista que él capta al instante y sonríe.
—Hasta podríamos vivir juntos— hace una
pausa, quizá quiere ver qué cara le pongo a su propuesta, pero yo no me inmuto,
como si no hubiera entendido lo que ha dicho —cuando regreses a Alemania.
—Tú solo estás buscando excusas para
tener la oportunidad de acostarte conmigo— bromeo de nuevo. Georg niega con la
cabeza y su sonrisa se hace más grande.
—Quisieras, Kaulitz. ¿Alguna vez
dejarás de coquetearme?
—Jamás.
@georchlisting
Larissa C.B.
Larissa C.B.
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